Estilo
También después de la revolución digital los deportivos Porsche seguirán representando una forma especial de entender la vida. Un artículo sobre la eternidad de lo individual y el lujo de conducir uno mismo.
Porsche 911 Turbo
Emisiones de CO₂ (combinado): 212 g/km
Consumo combinado: 9,1 l/100 km
Clase de eficiencia: F (Datos de 2018)
Fue Bill Hickman, stuntman y entrenador de conducción de James Dean, quien le puso apodo al Porsche 550 Spyder del famoso actor: «Little Bastard». Aunque Dean solo rodó tres largometrajes, el sensible intérprete de mirada esquiva se convirtió en todo un icono juvenil y una figura de culto en Hollywood. Se le consideraba una especie de Marlon Brando joven y dinámico, el símbolo de una actitud rebelde no violenta que conectó con el descontento de la juventud de la época. Pero más allá de su imagen en la gran pantalla, adoraba los coches. Especialmente a su «Little Bastard», con el que un fatídico 30 de septiembre de 1955 perdió la vida en un cruce de carreteras cerca de Cholame, California.
James Dean representaba una nueva forma de entender la vida, un inconformismo que contrastaba con la rigidez de los años cincuenta. Un anhelo de libertad y de romper con lo establecido carente de agresividad. En torno a él se creó una insólita aura casi intangible hasta nuestros días. Desprendía un atractivo y una elegancia difíciles de encontrar entre la mayoría de sus coetáneos.
Incluso antes de adquirir el 550 Spyder, el actor fue uno de los primeros conductores de Porsche en Estados Unidos, y ya había participado en varias carreras al volante de su 356, un 1500 Super Speedster. Este fue el coche que, junto con 7.000 dólares, cambió por el 550 Spyder.
Lo puso en manos de George Barris, el famoso diseñador de coches que más adelante crearía automóviles tan míticos como el Batmóvil de Batman o KITT, de la serie de culto de televisión El coche fantástico. Sin embargo, la tragedia estaba al acecho, y James Dean falleció pocos días después de adquirirlo. Algo que no solo no le postergó al olvido sino que le hizo inolvidable. La imagen de James Dean en su Porsche fue y es un icono de actitud, un estilo.
Steve McQueen se convirtió en la imagen de Porsche en los setenta. Naturalmente, imprimiéndole su particular impronta, guiado por su instinto, sin un fin concreto, simplemente porque el 911 encarnaba como ningún otro su forma de entender la vida. «Mister Cool» tenía, entre otros, un 911 S gris oscuro. Porsche encajaba a la perfección con su permanente búsqueda de intensidad y adrenalina. Era la antítesis de la típica estrella de Hollywood. McQueen no se sentía cómodo con las convenciones de la industria cinematográfica. Apenas concedía entrevistas, rehuía las fiestas, odiaba ponerse esmoquin y prefería las carreras de motos a los castings. Tampoco buscaba el confort ni la comodidad. Y para moverse por la vida a toda velocidad escogió un 911. «Vivir es correr. Todo lo que hay antes y después es solo espera», dice en la película Le Mans.
Un héroe con debilidades
Entre los mayores entusiastas de Porsche no son infrecuentes quienes buscan ir más allá de los límites establecidos, transgredir pero manteniendo siempre la elegancia. Y no es algo exclusivo de los hombres. La diseñadora Jil Sander, precursora de un revolucionario y carismático look femenino, conducía un Porsche en los ochenta. Martina Navratilova, la reina del tenis, también tenía uno. Y por supuesto, Kate Moss, la supermodelo de los noventa.
Sus amigos le regalaron un Porsche 911 de color negro por su 40 cumpleaños. Conocían su debilidad por las estrellas del rock and roll y su desenfrenado estilo de vida, y sabían que, con un Porsche, Moss seguiría proyectando esa imagen. Era el arquetipo perfecto de una nueva clase de mujer: independiente, con estilo propio y tan aventurera como cualquier hombre. Se apropió del 911 con su look desenfadado, enfundada en pitillos negros, botas de piel vuelta negras y cazadora de cuero negra.
Los años 2000 supusieron una nueva definición del prototipo de hombre al volante. Basta con pensar en Hank Moody de Californication, alias David Duchovny, circulando por las calles de Los Ángeles en su Porsche 911 Cabriolet con un faro fundido. Aquí observamos de nuevo la mencionada fusión entre la personalidad del propietario y su automóvil, pues el Porsche 911 de la serie guarda mucha similitud con su dueño: un poco ajado y desaliñado, pero con buena planta. El Porsche posee el alma y el corazón de Moody, e incluso cuando lo vemos andar con sus tejanos desgarrados por Venice, distinguimos en él un nuevo héroe. Un héroe consciente de sus propias debilidades y que no trata de esconderlas.
La obsesión como motor
Algo muy similar sucede con el coleccionista de Porsche Magnus Walker. Con sus rastas y su barba infinita, su aspecto dista mucho del de muchos propietarios de Porsche. Nacido en Inglaterra, de estudiante emigró a Los Ángeles con un par de dólares en el bolsillo e hizo fortuna personalizando ropa. Un buen día, se puso a trastear en un 911 en su taller y el resultado fue un automóvil a su propia imagen y semejanza: strictly underground. Y, no obstante, le catapultó a la fama. ¿Por qué? Porque no solo posee varios Porsche, sino que además le impulsa la obsesión.
El actor Patrick Dempsey, que ha corrido varias carreras para Porsche, se transforma en un filósofo al tocar el tema de su colección de Porsche. «Para mí, la atracción es tan poderosa porque los Porsche poseen energía masculina y femenina a partes iguales. Creo que representan una forma de modernidad clásica. Frank Lloyd Wright diseñó la primera tienda de Porsche en Estados Unidos. De la idea de una modernidad clásica siempre acorde con los tiempos habla también el aficionado y artista Richard Phillips. Una vez vio en los Hamptons a un músico montando un estudio de grabación en el interior de un Porsche. «Pensé: ¡qué pasada! Conducir y reflexionar sobre el arte es como pintar en pensamientos». Pero no solo eso. Para Phillips, su deportivo, un 911 Turbo color blanco Grand Prix es una manifestación estética, la base de la vida cotidiana de un artista.
La estrella del tenis Maria Sharapova va incluso más allá. Para ella el 911 representa una suerte de feminismo moderno: «Es una forma de rebeldía: ser mujer y tener poder. Me gusta esa sensación que transmite». Un sentimiento que conocen muchos amantes de Porsche: el automóvil como reflejo de una vida distinta de la del resto.
Esta actitud vital va estrechamente relacionada con el lujo que supone conducir uno mismo. Algo que debe permanecer en Porsche. ¿Un Porsche sin volante? «Los Porsche serán siempre automóviles que uno quiera y pueda conducir», afirma Lutz Meschke, Vicepresidente de la Junta Directiva de la Porsche AG y Director de Finanzas e IT. «El privilegio de conducir seguirá siendo lo más importante en un Porsche. Esperamos que aún por mucho tiempo. Nuestros deportivos serán de los últimos que sigan teniendo volante».
Tal vez eso sea precisamente lo que distinguirá a Porsche de la competencia en el futuro, su valor añadido: la exclusividad de poder conducir uno mismo. El volante como nueva definición de lujo.
Para individualistas
Desde hace más de 30 años, en la Porsche Exclusive Manufaktur se personalizan automóviles de acuerdo con las especificaciones de los clientes. Con una tecnología en constante cambio, en la era de la digitalización la tendencia hacia la individualización irá cobrando cada vez más importancia. En la actualidad ya se vislumbra una cierta inclinación por los diseños de inspiración histórica. Muchos clientes quieren automóviles modernos con el aspecto de su «viejo» 911 o algún otro icono del pasado. Más información en: porsche.com/exclusive-manufaktur