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Una firma todavía sin ímpetu y una mirada sesuda, como la de tantos adolescentes. Si la fotografía fuese una película, Ferry Porsche aparecería saltando de alegría.
En 1925, cuando obtiene el carné de conducir en Stuttgart, apenas tiene 16 años. Por entonces, en Alemania era obligatorio haber cumplido los 18 para poder conducir legalmente. Este documento es un permiso oficial especial. Para Ferry se cumple un sueño largamente anhelado.
¿Cómo crece el único hijo varón del gran constructor de coches Ferdinand Porsche? Aprovechando intuitivamente la cercanía de estar a la sombra. Ferry nace el 19 de septiembre de 1909 en la ciudad austríaca de Wiener Neustadt. De niño se pasea cada día por la fábrica Austro-Daimler. «Mi padre me llevaba con él a todas partes», escribe Ferry Porsche en su autobiografía. El hijo del entonces director técnico se familiariza rápidamente con los ingenieros y comprende cada vez mejor los debates que escucha en la oficina paterna de la empresa. No necesitará aprender a interpretar los diseños técnicos, es algo que simplemente ha aprendido.
El autodidacta Ferry Porsche aprovecha todas las oportunidades que se le presentan para moverse en un coche. Con apenas 11 años recibe el primero en propiedad en forma de regalo de Navidad. Le llaman «coche del cabrío», porque los padres siempre le habían dicho a su insistente hijo que se olvidara de tener un coche, pues solo conseguiría una cabra con un remolque para montarse. Sin embargo, la pieza única que Ferdinand Porsche, entonces ya director general en Austro Daimler, manda construir para su hijo en 1920, dispone de un motor de cuatro tiempos de 3,5 caballos y un cambio de dos velocidades.
El retoño no solo lo domina inmediatamente, sino que incluso lo perfecciona. Encuentra la manera de compensar la ausencia de diferencial, incorpora bujías de competición y optimiza el coeficiente de fricción del embrague de cono de cuero añadiéndole arena. Al igual que su hermana Louise, cinco años mayor que él, Ferry participa en competiciones automovilísticas infantiles. En Austria no es necesario carné ni permiso de circulación para ello. Pero al mudarse a Stuttgart en 1923, Ferry se entera de que las autoridades alemanas no contemplan ni por asomo que un niño de 13 años pueda conducir un coche. A los 16 llega la anhelada libertad. Tres años de obstinada espera condensados en la expresión juvenil del que llegaría a convertirse en visionario. ¡Por fin!