Taller de desaceleración

Pocas cosas le resultan tan relajantes a André Wiersig como reparar un Porsche. Pero una insaciable sed de aventuras le saca una y otra vez del taller y le impulsa hacia el mar abierto:el irresistible atractivo del Ocean’s Seven.

  


Seis años. Este es el tiempo que ha transcurrido desde que André Wiersig y Wolfgang «Wolli» Elges empujaron este Porsche 911 Coupé color plata hasta el taller de Paderborn: primera matriculación en 1977, 2,7 litros de cilindrada, 121 kW (165 CV) e interior en cuero negro. «En 2014, el coche estaba en relativamene buenas condiciones, listo para conducirlo», recuerda Wiersig. «Pero, entonces, a Wolli se le antojaron los asientos originales de raya diplomática, no estaba contento con la pintura aplicada a posteriori, quería una tecnología perfecta... y una cosa fue llevando a la otra» hasta que, para volver al estado original, llevaron a cabo una restauración completa. Adiós a la pintura, revisión del motor y búsqueda de piezas originales. Wiersig sabe ponerse manos a la obra. Es lo que más le gusta hacer después de pasar todo el día en la oficina. «Solo hablar y escribir, hablar y escribir... Me volvería loco». Es el responsable de Ventas y Marketing de una consultora de SAP, y este 911 no es el primer Porsche al que mete mano con Wolli. Ambos se conocen desde la juventud. El deporte y reparar vehículos Porsche son un tándem a prueba de bombas.

Seis años. Que esta vez la restauración se alargue más que de costumbre se debe fundamentalmente a dos motivos. En primer lugar, la gran meticulosidad de Wolli, y en segundo, que Wiersig descubre otra pasión más.

La historia comienza en una playa de Ibiza en febrero de 2012. Como cada verano, Wiersig quiere ir nadando hasta una de las boyas situadas a 300 metros de la orilla, pero el Mediterráneo le recibe con 14 grados de temperatura. Mientras se introduce en el agua, su cuerpo se detiene en seco. «Era la primera vez que me ocurría algo así. No podía nadar, el frío me provocaba dolor». El incidente le deja tocado, sobre todo porque como atleta está acostumbrado a alcanzar casi todas sus metas. Excelente nadador de joven, practicante incluso de triatlón, en 2003 obtuvo una nada desdeñable 183º posición como amateur en el Ironman de Hawái. Aún en Ibiza, se promete a sí mismo que el año siguiente llegará a la boya. Primera decisión: de ahora en adelante, se duchará única y exclusivamente con agua fría. Segunda y drástica medida: colocará un contenedor lleno de agua helada en el garaje para introducirse en él con el agua hasta el cuello. ¿Llega a acostumbrarse uno al frío? «¡Nunca!», responde Wiersig entre risas. Pero él quiere ver hasta dónde es capaz de llegar, por lo que sale de su zona de confort. Al año siguiente, llega nadando a la boya y se fija un nuevo objetivo.

Solo, de noche, en mitad del océano:

Solo, de noche, en mitad del océano:

así se llama el libro que André Wiersig escribió junto con Erik Eggers sobre la conquista de los siete estrechos.

Wiersig pone el ojo en el canal de la Mancha. Las indicaciones de la Asociación de Natación del Canal son claras: se necesita un barco de acompañamiento para asegurar que el trayecto se efectúe respetando las reglas, pero el nadador no puede tocarlo en ningún momento. Los trajes de neopreno están prohibidos, por lo que muchos atletas de aguas abiertas, además de bañador y gorro, aprovechan la grasa corporal propia. Wiersig –espalda corpulenta, firme apretón de manos– es uno de los que usa «biopreno», como llama a la capa lipídica que le protege. «Necesitas las reservas de grasa para ese día en el mar».

En septiembre de 2014, Wiersig consigue cruzar de Dover a Calais y, con ello, conquistar el trayecto más conocido de las aguas abiertas. Ha estudiado cómo superar el frío, cómo ingerir sin perder tiempo alimentos en estado líquido altamente calóricos que recoge periódicamente de un palo que le alcanzan desde la nave de apoyo. Distancia en línea recta: 33,2 kilómetros. Distancia a nado: 45,88 kilómetros. Tiempo total: 9 horas 43 minutos. Reto conseguido. A la primera. Nunca antes se había sentido tan bien. Misión cumplida. Pero, de pronto, recuerda un artículo sobre Stephen Redmond: en 2012 el nadador irlandés se convirtió en la primera persona en conquistar a nado los Siete Océanos. Empieza a tomar forma el próximo objetivo.

Wiersig vive a caballo entre Paderborn, donde reside su familia, y Hamburgo, donde trabaja. La falta de tiempo le lleva a inventar métodos de entrenamiento poco ortodoxos y a someterse a palizas comprimidas después del trabajo. «A veces levantaba pesas durante tanto tiempo que luego apenas podía quitarme la ropa», recuerda. Después de las pesas toca saltar al agua. Horas y horas, de noche, solo en la piscina. «El objetivo era poder seguir nadando incluso en un estado de agotamiento absoluto». Para Beate Wiersig, con quien está casado desde el año 2000, no es fácil. Ella y sus tres hijos han de vivir con el miedo de que el mar pueda llevárselo. André Wiersig se disculpará después con ella por todas las dificultades, preocupaciones y angustias que le ha hecho pasar.

En su segundo reto de los Siete Océanos, comienza a encontrar nuevos horizontes. En 2015, en el océano Pacífico frente a Hawái, entre las islas de Molokai y Oahu, a la ambición deportiva de una superación personal casi sobrehumana se le suma una íntima conexión con el elemento que le sostiene. Fusionarse con el agua abierta. Wiersig visita al barón protector de los tiburones Josef Kerckerinck zur Borg para preparar los encuentros con estos depredadores marinos. También trata de prepararse mentalmente para la carabela portuguesa, una de las medusas más venenosas del mundo. Cuando en mitad de la noche se da de bruces con una de ellas, por el dolor está convencido de que le ha arrancado el brazo izquierdo. Se plantea rendirse. Pero entonces piensa: «El dolor no desaparecerá aunque me detenga ahora, seguiré sintiéndolo aunque suba al barco». Así que sigue nadando, recibe varias picaduras más, se cruza con una ballena gigante y un tiburón azul que le acecha varios minutos. Poco antes de llegar a la meta, una corriente le mantiene cautivo durante horas. Finalmente, tras 18 horas y 46 minutos, llega a la orilla. Beate y los niños le están esperando.

«La profundidad y la oscuridad provocan un miedo horrible, no hay distracción posible para la vista como cuando corres o montas en bicicleta. El aislamiento, la impotencia, esa sensación de estar a merced del destino, se magnifican por la oscuridad». André Wiersig

¿El mayor desafío? Wiersig no duda ni un segundo: «El canal del Norte, en Escocia, en 2016». 35 kilómetros de distancia en línea recta, fuertes ráfagas de viento, extremidades entumecidas por el agua helada, los músculos de la cara paralizados, una corriente brutal, medusas árticas de melena de león por todas partes. Al final de la ruta, Wiersig no puede más. El capitán del barco de apoyo quiere abortar la misión. Se avecina una tormenta cada vez más amenazadora. El cuñado de Wiersig, que le suministra los alimentos desde el barco, le advierte: «Tienes que nadar aún más deprisa». Wiersig aprieta el ritmo. Tras 12 horas nadando entre olas atronadoras consigue alcanzar la rocosa orilla de la costa y a duras penas logra dar las últimas brazadas para ponerse a salvo en el barco. Nunca había estado tan cerca de la muerte como durante esos minutos eternos.

En los estrechos de Nueva Zelanda y Japón, Wiersig también explora los límites del ser humano. Su amor por el mar continúa creciendo y gana peso frente a la ambición deportiva. En Japón, cuando las olas de dos mares que se cruzan le lanzan literalmente al aire, Wiersig disfruta el poder que emana del océano. Antes de tomar la salida en el estrecho de Tsugaru, se sube a una roca en medio de la noche, despierta a un león marino y le mira directamente a los ojos.

Wiersig describe con entusiasmo el brillo que, debido al reflejo de la luz del sol, desprenden los bancos de peces justo por debajo de la superficie del mar, o la bioluminiscencia del plancton del canal de Santa Catalina, en el que deja estelas al atravesarlos nadando a crol: «Me recuerda el polvo de las hadas de Peter Pan».

¿Cuál es su principal motor actualmente? La capacidad del agua de despertar mi lado sensible. «Cuanto más tiempo nado, más extremas son las sensaciones. Te vuelves muy vulnerable, notas al instante si el agua se enfría una décima, te fusionas con el mar». Lo peor de todo es el contacto con objetos ajenos al mar. «Una vez me metí sin darme cuenta en un mar de plástico. Pasé mucho miedo». Se topa muy a menudo con basura. En una ocasión, en el canal de la Mancha, se golpea la cabeza contra un europalet.

De la playa al 911:

De la playa al 911:

la ciudad de Wiersig presume de resistencia incluso en su misma entrada. Y es que Paderborn tiene una de las hermandades más antiguas de Europa con Le Mans.

Wiersig es embajador de la Fundación Alemana del Mar, desde la que lucha contra la creciente contaminación de los océanos. Ofrece charlas acerca del mar, que se ha convertido en el tema de su vida, y se dedica a concienciar a niños y empresas de la importancia de salvarlo. Al principio, dice, se lanzaba al agua para nadar. «Hoy nado porque quiero introducirme en el mar que tanto amo».

En 2013 comenzó a entrenarse para cruzar el canal de la Mancha. En junio de 2019, tras cruzar a nado el estrecho de Gibraltar, se convirtió en la persona número 16 en completar los Siete Océanos. ¡Seis años! Seis largos años de esfuerzo y dedicación, caminando por la cuerda floja siempre a riesgo de perderse a sí mismo y perderlo todo. Sacude la cabeza. ¿Era realmente yo? El proceso de asimilación, la familia y la vuelta a la normalidad es lo que cuenta ahora. Pocas cosas le relajan tanto como restaurar un Porsche junto a Wolli. El 911 está listo para una nueva aventura.

Los Siete Océanos

Los Siete Océanos fueron instaurados en 2009 por Steven Munatones (EE.UU.). El reto se basa en las Siete Cumbres del montañismo extremo, que consiste en hacer cima en el pico más alto de cada uno de los siete continentes. André Wiersig cruzó a nado los Siete Océanos en el orden que se muestra a continuación:

Canal de la Mancha
Inglaterra – Francia
Línea recta: 33,2 km
Distancia a nado: 45,88 km
Tiempo: 9 h 43 min

Canal de Kaiwi
Molokai – Oahu (Hawái, EE.UU.)
Línea recta: 44 km
Distancia a nado: 55 km
Tiempo: 18 h 46 min

Canal del Norte
Irlanda del Norte – Escocia
Línea recta: 34,5 km
Distancia a nado: 52,04 km
Tiempo: 12 h 17 min

Canal de Santa Catalina
Isla de Sta. Catalina – Los Ángeles (EE.UU.)
Línea recta: 32,3 km
Distancia a nado: 40,6 km
Tiempo: 9 h 48 min

Estrecho de Tsugaru
Honshu – Hokkaido (Japón)
Línea recta: 19,5 km
Distancia a nado: 42,1 km
Tiempo: 12 h 55 min

Estrecho de Cook
Isla Sur – Isla Norte (NZ)
Línea recta: 22,5 km
Distancia a nado: 32,9 km
Tiempo: 8 h 2 min

Estrecho de Gibraltar
España – Marruecos
Línea recta: 14,4 km
Distancia a nado: 18,2 km
Tiempo: 4 h 17 min

SideKICK: Máxima calidad mediante reciclaje

Porsche apuesta cada vez más por los materiales sostenibles y en el Porsche Taycan, por ejemplo, utiliza Econyl en la parte superior del revestimiento del suelo. El hilo de alta calidad de Econyl está elaborado íntegramente con poliamida 6 reciclada. Al menos el 50% de la poliamida 6 empleada se obtiene directamente de los denominados residuos post-consumo, en concreto redes de pesca viejas y alfombras de pelo alto recicladas.

En comparación con la poliamida 6 convencional, cada tonelada de materia prima de Econyl permite ahorrar siete barriles de petróleo crudo, evita 5,71 toneladas de emisiones de CO2 y reduce el efecto invernadero del nylon en hasta un 80%.

Erik Eggers
Erik Eggers