Karl-Friedrich Scheufele
Para Karl-Friedrich Scheufele existen dos tipos de joyas, unas que muestran las horas y otras en las que las horas pasan volando. El jefe de la empresa de relojes suizos Chopard disfruta restaurando sus Porsche antiguos, tanto para participar en la Mille Miglia como para salir a pasear un domingo cualquiera.
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Karl-Friedrich Scheufele
«Los automóviles, y en especial los Porsche, me han fascinado desde niño». Karl-Friedrich Scheufele
Esta mañana, delante de la panadería de una pequeña localidad suiza, hay un tractor aparcado en doble fila, pequeño, rojo, precioso. Imposible pasar desapercibido entre la alta sociedad automovilística del lago Lemán, donde abundan las lujosas berlinas de alta gama y los deportivos sofisticados. Las elegantes ciudades de Ginebra y Lausana, capital del deporte olímpico, no quedan muy lejos de aquí. Y, sin embargo, por algún extraño motivo, el vehículo agrícola no termina de desentonar. Se trata de un Porsche Diesel Junior del año 1958. Se dirige hacia él un hombre que irradia clase y elegancia.
Karl-Friedrich Scheufele sube con la bolsa de pan al vehículo de motor monocilíndrico. Se nota a la legua que no es un granjero. El copresidente de Chopard, la empresa suiza de relojes, joyas y accesorios con sede en Ginebra, está realizando una salida dominguera. Pone en marcha el tractor Porsche con rutina: acciona la palanca del acelerador de mano en sentido contrario a las agujas del reloj, gira la llave de contacto situada –atípicamente para un Porsche– a la derecha y tira del estárter situado a la izquierda, primero por unos segundos levemente para precalentar el motor y luego por completo.
El motor de arranque gira y, poco después, se pone en marcha el motor de autoencendido. Entonces pisa el embrague con fuerza, como para poner a prueba las costuras de sus zapatos hechos a mano. Suelta el freno de mano a la derecha, coloca la primera. ¡Y en marcha!
Karl-Friedrich Scheufele sabe apreciar la antigüedad del vehículo monocilindro y saborea cada instante del viaje. Cada arranque es una pequeña celebración, cada curva flanqueada de abedules y rodeada de vacas pastando le lleva de vuelta a la finca familiar, un viejo caserón restaurado situado a orillas del lago Lemán cuya historia se remonta a 1695: patio con suelo de adoquines, geranios, adelfas, rosales y lavanda. Así es el hogar donde Karl-Friedrich y Christine Scheufele residen con sus tres hijos y otros tantos perros leonberger.
Para el zar y el mundo entero
Los Scheufele proceden de Pforzheim, la llamada «ciudad del oro». En 1963 el padre de Karl-Friedrich, Karl Scheufele III, se hizo cargo de la firma de relojes de Ginebra. Esta había sido fundada en 1860 por Louis-Ulysse Chopard, hijo de una familia granjera de Sonvilier, una villa del Jura bernés con una larga y rica tradición relojera. Chopard ya vendía sus pequeñas obras de arte a la corte del zar Nicolás II de Rusia. Hoy los Scheufele exportan a todo el mundo.
La empresa es una de las últimas compañías de relojes, joyas y accesorios de gestión familiar, y es copresidida por los hermanos Caroline y Karl-Friedrich Scheufele. Mientras ella es responsable de las colecciones femeninas –primero diseñaba joyas, después creó las colecciones para la sección de alta joyería–, él ha venido gestionando la línea deportiva y la colección masculina desde los ochenta, y es responsable de la manufactura Chopard desde los noventa.
Bajo la dirección de Chopard, trabajan más de 2.000 personas en más de 40 oficios artesanos. Cuando muchos fabricantes inundaron el mercado con relojes de cuarzo, la familia decidió invertir en una pequeña fábrica de relojes mecánicos en la localidad del Jura bernés de Fleurier para hacerse un nombre en el mundo de la alta relojería. En dicha factoría se producen complejos cronógrafos, tourbillones o calendarios perpetuos, obras maestras incrustadas en preciosas cajas de oro rosa o platino y decoradas con esferas guillochadas a mano de oro macizo o plata. En honor al fundador de la empresa, Louis-Ulysse Chopard, todas ellas se denominan L.U.C., llevan el logotipo tradicional de la empresa como sello de calidad y han recibido el certificado COSC, el Contrôle officiel suisse des chronomètres.
«Nuestro segmento está viviendo un renacimiento de la artesanía», explica Karl-Friedrich Scheufele. «Los relojes mecánicos, igual que los automóviles clásicos, son tan fascinantes porque se pueden comprender y, con un poco de suerte, incluso reparar personalmente».
Escarabajo o Porsche
Scheufele es un nostálgico. Para constatarlo basta con echar un vistazo a su garaje, una antigua abadía situada justo enfrente de la casa, al otro lado de la carretera, donde entra el Junior como en un museo. En su interior hay aparcado un Porsche 356 Speedster 1600 del año 1954 de color rojo vino. Junto a él, también rojo pero con una mayor dosis de amarillo, se ve un Porsche 356 B Carrera 2 de 1963. Haciendo contraste hay un Porsche 911 T 2.4 plateado, cosecha de 1973. El Porsche 911 Carrera RS 2.7 amarillo de 1974 pugna por llamar la atención y casi consigue hacer sombra a dos modelos mucho más recientes: un 911 Turbo gris plata del año 1997 y un 911 R de 2016 en antracita. En este reservado, exclusivo para Porsche, Scheufele se convierte otra vez en el joven entusiasta Karl-Friedrich: «Los automóviles, y en especial los Porsche, me han fascinado desde niño». Su primer coche fue un Volkswagen Escarabajo, descapotable y de color amarillo correos. Lo condujo hasta que pudo permitirse un Porsche 911. Entre ambos no tuvo ningún otro coche.
Scheufele ha conseguido trasladar su pasión privada a los negocios. Así, desde 2014, Chopard es socio y cronometrador oficial de Porsche Motorsport y desde 1988 patrocinador de la Mille Miglia. Cada año, Chopard lanza el modelo de reloj más apropiado para la legendaria carrera del norte de Italia. Scheufele ha recorrido la clásica de las 1.000 millas entre Brescia y Roma en 28 ocasiones, la mayoría de ellas junto con su buen amigo Jacky Ickx, leyenda viva de las carreras.
El valor no lo fija el precio
Scheufele toma las decisiones cuando llega el momento, tanto a nivel laboral, familiar, como en su garaje. «Cuando estoy buscando algo en concreto, puedo esperar tanto como sea necesario». A diferencia de otros, busca sobre todo autenticidad. No quiere coches perfectamente restaurados para su colección. «Me fascina el proceso de reparación, ir saboreando la meticulosa restauración de un objeto hasta que recupera su estado original», relata. ¿Renunciar a un coche solo porque se encuentra en peores condiciones de lo que aparentaba? «Jamás. Cuando tomo una decisión, la llevo hasta el final».
Como en el caso del Speedster, que adquirió hace casi tres décadas. Una supuesta simple mejora de la pintura sacó a la luz una gruesa capa de masilla en toda la zaga. Debajo, la carrocería era prácticamente inexistente. Scheufele tragó saliva brevemente y, a continuación, tomó una decisión: restauración completa.
«Permanecer fiel a uno mismo sin caer en la obcecación, perseguir un objetivo sin olvidar el origen». Esta es, según él, la clave de su éxito profesional, la base de su pasión: «El valor de un coche no se mide por su precio», afirma. Y acariciando con suavidad su Speedster, sonríe y añade: «Nunca he vendido ni uno solo de mis coches».
Karl-Friedrich Scheufele
El jefe de Chopard, de 61 años, recupera fuerzas con su familia y su gran pasión: «Cuando estoy al volante de uno de mis Porsche no pienso en nada más y me reencuentro conmigo mismo».