Arte con mayúsculas
Neo Rauch es uno de los artistas más solicitados de la actualidad, además de amante confeso de Porsche. Sus enigmáticos cuadros son de una inquietante belleza. En su 911 se dibuja en cambio una amable sonrisa.
En cierto modo es como si Neo Rauch se hubiera convertido a sí mismo en una obra de arte: desde la pertinaz elegancia con la que desciende de su Porsche 911 de color azul hasta el modo en que estrecha la mano a los periodistas, compañeros y amigos, más o menos atento, como dosificando el grado de formalidad o calidez al milímetro. Esta mañana de verano el pintor se ha trasladado desde Leipzig hasta Aschersleben, en Sajonia-Anhalt, para inaugurar la exposición «La tejedora» en la Fundación de Obras Gráficas que lleva su nombre.
La muestra es un regalo de Rauch a su mujer, Rosa Loy, por su 60 cumpleaños. Rauch viste polo negro, tejanos y botas vaqueras plateadas. «Claro que soy presumido», asegura. «Y espero que los demás lo sean también. Falta gente presumida en este país».
Puede parecer superficial hablar del aspecto externo de Neo Rauch, al fin y al cabo, este hombre nacido en Leipzig hace 58 años está considerado uno de los artistas más importantes de su generación. Es algo así como el estandarte de la Nueva Escuela de Leipzig y uno de los pocos artistas que el Metropolitan Museum of Art de Nueva York ha honrado con una exposición en vida. Sus obras alcanzan precios de siete dígitos. Pero también es cierto que, por otra parte, él mismo le da mucha importancia a la belleza.
Se deshace en alabanzas sobre las casas y las callejuelas de Aschersleben, la ciudad más antigua de Sajonia-Anhalt, en la que se crió, así como las suaves colinas que la rodean. Un poco de esa lírica se refleja también en su arte. En las obras gráficas y los dibujos expuestos en Aschersleben se reconoce a la legua su autoría: paisajes sombríos, soldados, obreros, seres híbridos enigmáticos… Un universo como el de los sueños o las pesadillas: inquietante, encantado… pero de una belleza extraña dentro de ese encantamiento. Dice Rauch que cuando se pone frente a un lienzo su objetivo nunca es crear belleza, pero que se alegra cuando la obra, una vez terminada, se percibe así. «Lo bello siempre nos conmueve, nos desconcierta y nos deja perplejos un segundo. Ocurre con obras de arte, paisajes y personas, y puede ocurrir también con los objetos».
El lenguaje como actitud
La Fundación de Obras Gráficas se presenta como un logrado edificio anejo a la antigua fábrica de papel. El área destinada a exposiciones está en el primer piso. Una planta más abajo, en el aparcamiento, y por tanto en el polvoriento nivel de lo mundano, está el 911 del pintor. Rauch no habla de él como el típico fan de los automóviles obsesionado con las estadísticas, los datos y los números. Él ve su deportivo con ojos de artista. «Tiene una forma a la que no puedo poner objeción alguna. Sus diseñadores vencieron la tentación de estropear el rostro del automóvil confiriéndole aires de matón. Hay muchos coches diseñados para la batalla, para barrer de la carretera a sus contrincantes mediante fanfarronadas como miradas amenazantes y dientes de tiburón. Pero en un Porsche se dibuja una amable sonrisa».
Mientras habla, no mira a su interlocutor a los ojos, sino que dirige la mirada hacia arriba como si buscara las palabras en algún lugar de la pared. Y es que no solo es un hombre de las formas y los colores, sino también de las palabras. Lee mucho, y admira, por ejemplo, al escritor alemán Ernst Jünger. Construye sus frases con tanto mimo como sus cuadros. «Es importante utilizar un lenguaje ambicioso y bello. Ay de aquellos que lo descuiden… ». Este tipo de lenguaje es para él una forma de cortesía o, incluso, una cuestión de actitud. «La tendencia al descuido también es inherente a mí, pero al menos me doy cuenta de ello y de vez en cuando me pongo a prueba y me llamo al orden. Pero he de decir que, en general, los modales han caído a unos niveles deplorables».
Cuando surge este tema, a Rauch le gusta sacar a colación a su maestro Arno Rink, uno de los representantes de la Escuela de Leipzig. Rink exigía a sus alumnos que se pusieran de pie cuando él entraba en el aula, pero luego era uno de los que más se desataban en las desenfrenadas fiestas de la escuela de arte. Ser cortés significa no pensar solo en ti y en tu estado de ánimo, sino también ser capaz de olvidarte de ti mismo de vez en cuando, aunque solo sea durante unos minutos.
Al abrigo de su 911
Dice que también utiliza su Porsche para huir del día a día. Se lo compró a modo de consuelo cuando su hijo se emancipó y se fue de casa. Pero para desplazarse entre semana, Rauch suele preferir la bicicleta.
No tiene el coche por necesidad sino para disfrutar: «Me siento muy a gusto en el interior de mi Porsche, porque envuelve al conductor sin oprimirlo». Los coches de muchos otros fabricantes son cada vez más grandes, están cada vez más inflados, asegura. «Aquí, sin embargo, todavía puedes percibir al instante cómo se fusionan conductor y vehículo. Es como si éste fuera una prolongación de la voluntad del conductor». Afirma que tras el volante siente su propia trascendencia, experimenta una forma de libertad: «En el coche soy absolutamente autónomo. Hasta en un atasco me siento mejor que sentado en el departamento de un tren junto a gente que no conozco y de cuya música no puedo escapar». En su opinión, tener un Porsche no es algo racional. Pero es precisamente esa suerte de irracionalidad a la que él no quiere renunciar: «Se puede beber cerveza sin alcohol, se puede optar por una alimentación vegana, evitar los zapatos de piel y la automovilidad. Se puede, pero ¿de qué sirve? La vida sin destellos de irracionalidad, sin excesos… es como desperdiciar un regalo».
A lo verdadero, lo bello, lo bueno
«Me siento muy a gusto en el interior de mi Porsche, porque envuelve al conductor sin oprimirlo». Neo Rauch
También como artista siempre ha huido de toda idea demasiado sensata, racional o moralizante. Quiere que sus obras conserven su carácter enigmático. Mientras recorre la exposición, una mujer comenta que le gustaría que explicara algunos de los cuadros. Rauch, el hombre de los buenos modales y las palabras selectas, muestra una leve sonrisa, vuelve a dirigir los ojos hacia arriba y dice: «Nunca entró en mis planes ofrecer ninguna explicación, sino más bien crear confusión». Probablemente, este modo de ver las cosas no solo se circunscriba al arte, sino que Rauch también entienda así la vida, el día a día, quizás incluso su coche. Busca el desconcierto. «El asombro es importante», dice. «Siempre implica algo de respeto. Quien se asombra es, quizás, un poco ingenuo. Y cualquiera de nosotros puede asombrarse, incluso el más inteligente. La esencia del asombro debe preservarse a toda costa».
La exposición «La tejedora»
En 2012 Neo Rauch creó en Aschersleben la Fundación de Obras Gráficas Neo Rauch. Desde entonces recoge un ejemplar de cada uno de los grabados de Rauch y organiza exposiciones anuales. La exposición actual «La tejedora», que estará abierta al público hasta el 28 de abril de 2019, tiene una relevancia especial: pone los trabajos de Rauch en relación con la obra de Rosa Loy, con la que Rauch vive y trabaja desde hace más de 30 años. Recoge unas 140 obras gráficas y dibujos, pero también obras pictóricas de gran formato de ambos artistas. La contraposición de las obras pone de manifiesto los puntos comunes y las divergencias en sus métodos artísticos de trabajo: ambos tienen un estilo figurativo, escenifican mundos fantásticos y acentúan la tensión entre el arte y el mundo real. Pero mientras los motivos de Rauch suelen ser lóbregos y dramáticos, Loy, que sobre todo pinta figuras femeninas, se expresa de una manera más tierna y fina. La pareja eligió el título de la exposición a modo de metáfora – porque en la tejeduría se trata de entrecruzar hilos, crear tramas, unir cabos. Aparte de que a Loy también le gusta tejer. Rauch dice: «Cuando jugamos a ajedrez, teje para frustrarme. Aún no he conseguido ganar nunca contra Rosa».