El cabezota y el diplomático
Podrían llenar estanterías enteras con sus experiencias en rallyes. Walter Röhrl y Christian Geistdörfer no se han perdido prácticamente ninguno. Sin embargo, nunca han corrido juntos las Mille Miglia. En unos días tomarán la salida.
Una paliza. Eso es lo que se llevaban aquellos que se burlaban de él por ser pelirrojo. «No toleraba nada. Eso me hizo fuerte para la vida», cuenta Walter Röhrl. En la escuela, solían dejarle marchar 10 minutos antes de que acabaran las clases. Los maestros tenían demasiado miedo a que los demás se rieran de él y él les zurrara. Su seguridad en sí mismo no ha desaparecido. «¡En el rally de Montecarlo, enseñé a todos quién es el jefe!» Hasta hoy, solo una persona le ha cantado las notas con claridad: su copiloto Christian Geistdörfer, con quien compartió la cabina entre 1977 y 1987.
No podrían ser más distintos el uno del otro: el cabezota y el diplomático. El que ante un asomo de injusticia suelta una ristra de maldiciones que, asegura Röhrl, «se pueden oír en un radio de 10 metros», y el que prefiere guardarse la rabia y buscar una solución meditada. Lo que les une es la confianza incondicional en el otro. «En la cabina, cada uno ha puesto su vida en las manos del otro», dice Geistdörfer.
«En la cabina, cada uno ha puesto su vida en las manos del otro» Christian Geistdörfer
Sin embargo, hoy las Mille Miglia ya no son una competición a vida o muerte. Aunque entre 1927 y 1957 fue considerada la carrera más dura del mundo, «las Mille», como las llama Röhrl, se han convertido con el tiempo en uno de los rallyes de clásicos más apreciados. Aquí no gana quien llega más rápido a la meta, sino el equipo que, a lo largo de más de 80 tramos cronometrados, controles de paso y controles horarios, acumule la menor cantidad de puntos de penalización. Se trata, por tanto, de una carrera de regularidad.
Cuando se inauguró hace 91 años, el 26 de marzo de 1927, esta prueba consistía en ir desde Brescia hasta Roma y volver buscando velocidades máximas a lo largo de una ruta que, por aquel entonces, formaba un ocho y debía completarse en solo un día. Hoy los 450 equipos participantes disponen de cuatro días y el libro de ruta les propone hacer una gira por la caña de la bota. El 16 de mayo, Röhrl y Geistdörfer saldrán de Brescia en un Porsche 356 A 1500 GS Carrera Coupé del año 1956. Cuando aún faltan unas semanas, ambos se reúnen en la Toscana para preparar el rally con este modelo clásico color beige Sáhara. Y se ponen a charlar.
Röhrl abre con cuidado la puerta y se inclina hacia el interior del vehículo. Acaricia el asiento del conductor, de color burdeos, y el revestimiento interior, de color beige. A continuación, este bávaro de 1 metro 96 entra doblando el tronco, cierra la puerta y cruza los brazos delante del pecho como si se aguantara las ganas de poner enseguida el coche en marcha. Durante unos minutos, disfruta del silencio y sonríe.
Mientras tanto, Christian Geistdörfer camina alrededor de este clásico restaurado y fotografía el texto que hay pegado en un lado: «C. Geistdörfer» con un icono que representa un cronómetro y, debajo, «W. Röhrl» con un adhesivo para el volante. Sobre el capó y las puertas, destaca la cifra «230». El piloto holandés Carel Godin de Beaufort corrió las Mille Miglia con este número en 1957. Siete años después, moriría en un accidente en el Nürburgring. El dueño de este Porsche 356 A 1500 GS Carrera Coupé, Hans Hulsbergen, un suizo con raíces holandesas amigo de la familia de Beaufort, quiso rendirle homenaje de esta manera. «El chasis, el motor y la caja de cambios tienen el número con el que salieron de fábrica. El coche está maravillosamente restaurado y es para nosotros un honor correr con él», resume Geistdörfer con entusiasmo.
Röhrl posa con cuidado sus grandes manos en el delgado volante de madera y lo acaricia moviendo sus pulgares arriba y abajo. Las 10 horas a la izquierda, las 2 a la derecha. Aunque ya ha conducido casi todos los modelos de Porsche, es la primera vez que este alemán natural de Ratisbona se sienta en un 356 A 1500 GS Carrera Coupé. Entre tanto, Geistdörfer ya ha dado cuatro vueltas alrededor del vehículo, ha abierto el maletero, ha enrollado un cable de carga para la batería, ha levantado el capó y ha iluminado con su linterna el interior del depósito. Es un copiloto profesional que se preocupa de todo. Röhrl «solamente» tiene que conducir. Así ha sido siempre y así debe ser.
Se hacen una seña con la cabeza y Geistdörfer entra en el coche. «Es maravilloso poder estar juntos en silencio. De las 12 horas que compartimos en el vehículo, a veces no pasamos ni 10 minutos hablando entre nosotros. Christian está todo el tiempo cantando las notas. Cuando no canta ninguna, es agradable oír solamente el coche», dice Röhrl. Hasta el día de hoy, no se han peleado ni una vez. Y Geistdörfer no leyó mal ni una sola nota en los 11 años que corrieron juntos. «Siempre he dicho que puedes equivocarte dos veces al leer: la primera vez que, al mismo tiempo, es la última vez», afirma Röhrl, de 71 años, con una sonrisa de satisfacción.
«Es maravilloso poder estar juntos en silencio» Walter Röhrl
Después de los rallyes, Geistdörfer solía tomarse un par de días de vacaciones en el país donde competían. Röhrl prefería otra cosa: «Yo siempre quería irme enseguida a casa». De la vida privada del otro, no saben mucho. «Cuando Walter ha querido contarme algo, lo ha hecho. Cuando no, yo no he insistido», cuenta Geistdörfer. «Tengo un gran respeto por Christian, por eso siempre he sido discreto», añade Röhrl. En la biografía de Geistdörfer, recién publicada, ha descubierto cosas sobre su copiloto que hasta hoy ignoraba. Aunque los dos siguen saludándose con un apretón de manos en lugar de un cálido abrazo, se refieren a sí mismos como amigos y no solo como socios. «Ser copiloto no solo consiste en interpretar bien los mapas. También se necesita rapidez de comprensión y una gran dosis de intrepidez», dice Geistdörfer. «Sin embargo, lo más importante es confiar en que quien se sienta al volante junto a ti también quiere sobrevivir a toda esa locura. Siempre he admirado la rectitud de Walter, y si alguna vez esta se ha transformado en obstinación, siempre he sabido interpretarla correctamente. Mi tarea ha sido impedir que las situaciones problemáticas llegaran siquiera a producirse».
Aceleración
Antes esquiaban juntos, pero «desde que Walter solamente corre montaña arriba, yo ya no lo acompaño», dice Geistdörfer entre risas. Y es que «el largo», como le solían llamar muchos fans, hace años que no usa el telesilla para subir a las pistas. Röhrl levanta el dedo índice para añadir una anécdota que reclama la debida atención: «En 1980, en Portugal, en el tramo alrededor de Arganil, me desmarqué de todos en mitad de una niebla densísima. No se veía más allá de cinco metros. Nadie podía imaginar que alguien sacara 4:58 minutos de ventaja al segundo. Fue posible gracias a mi memoria fotográfica, pero también a mi condición física». Nunca usa las escaleras mecánicas y cada mañana nada en su piscina. Si no lo hiciera, «me sentiría como si tuviera 100 años». Cada día se pesa y extrae las consecuencias correspondientes: «En cuanto la báscula sube 400 gramos, nado más tiempo o subo más rápido a la pista de esquí». Röhrl, conocido por su estilo ascético de vida, no ha bebido hasta hoy ni un café ni un refresco de cola.
Pleno gas
En los años ochenta, durante los tramos cronometrados en noches de niebla, Geistdörfer solía quitar los fusibles de las luces de posición traseras para impedir que los rivales que iban detrás de la pareja siguieran la línea del campeón de rallyes. «Preparaba los fusibles con el papel de estaño de las cajetillas de tabaco para poder alcanzarlos con la punta de los dedos sin quitarme el cinturón». Así explica este profesional de 65 años su extraordinaria voluntad de ganar.
¿Alguna vez tuvieron miedo? «En la salida siempre estaba seguro de que no nos pasaría nada, porque pensaba que éramos infalibles. Vista desde el presente, esa actitud era totalmente absurda», dice Röhrl negando con la cabeza. ¿La carrera más peligrosa que ha corrido nunca? «Pikes Peak. Por aquel entonces, la pista era solo grava. No había puntos de orientación de ningún tipo, solo un par de árboles al principio, eso era todo».En el rally de Montecarlo de 1983 les tocó vivir una situación peligrosa y, no obstante, cómica: «En un control horario, alguien nos regaló naranjas. Yo las puse detrás del asiento del conductor, y me había olvidado de ellas cuando, de repente, al frenar, salieron rodando y se colaron debajo de mis pedales. ¡En mitad del tramo de 20 minutos de Le Moulinon–Antraigues! Apenas siete minutos más tarde las había recogido todas. A toda velocidad. Y gané el tramo con una ventaja de tres segundos».
De su manera de conducir, Röhrl, profesor de esquí de formación, se acuerda con estas palabras: «Siempre giraba poco el volante. Para el público no era un gran espectáculo, pero así era el más rápido. Es como cuando esquías: si levantas mucho polvo resulta muy vistoso, pero seguro que no es la mejor línea».
En septiembre, Röhrl cumplirá 50 años de carrera profesional en el automovilismo. En 1968 debutó en el rally de Baviera porque un buen amigo lo convenció. Al poco tiempo, dejó su trabajo como administrador de terrenos en la sede episcopal –«no, nunca fui chófer privado del obispo y tampoco sé cómo un rumor puede persistir tantas décadas»– y en lo sucesivo solo tuvo en la mente una meta: «Quería ganar el rally de Montecarlo». Lo consiguió cuatro veces entre 1980 y 1984, pues dominaba la nieve, la grava y el asfalto. «Para cada suelo había un perfil, pero solo yo los dominaba todos alternativamente con mi línea ideal», recuerda Röhrl. Cierra los ojos y se recuesta. «La primera victoria de Montecarlo, en 1980, fue la experiencia más hermosa de toda mi carrera».
Desaceleración
Geistdörfer ya ha corrido las Mille Miglia cinco veces sin Röhrl. Röhrl lo ha hecho una vez sin él. ¿Qué esperan de sus primeras Mille Miglia juntos? «Vamos a correr en uno de los países que más amamos, en gran parte porque los italianos son grandes fanáticos del motor. Adoran sus Mille», dice Röhrl. Geistdörfer aguarda con ilusión el ambiente de diversión y los paisajes. Llegará un día antes que su piloto para estar presente en el momento de la recepción técnica y en la tradicional colocación del precinto de plomo. Ambos saben de antemano que no van a ganar, su Porsche 356 tiene 62 años y es, por tanto, demasiado joven. «Los vehículos de antes de la guerra tienen más oportunidades gracias al coeficiente que les asignan, pero también son más difíciles de conducir», explica Geistdörfer. Röhrl añade: «Los limpiaparabrisas del 356 son, por su lentitud, el primer factor de desaceleración».
¿Cuánto tiempo quiere seguir pilotando Röhrl? «Hasta que me desenchufen», dice riendo mientras cruza con el Porsche el arco histórico de la muralla de Monteriggioni. Por un momento parece que nada pudiera apartarle de este mundo de las carreras. «¡Oh, mira a quién tenemos aquí!», exclama de repente. Se detiene y sale del coche con la mano extendida para acariciar un gato parado al borde de la calzada.
1000 Miglia
1ª etapa:
Brescia ▶ Cervia Milano Marittima
2ª etapa:
Cervia Milano Marittima ▶ Roma
3ª etapa:
Roma ▶ Parma
4ª etapa:
Parma ▶ Brescia