Cerebro, manos y pies
Hace 70 años, en la localidad austriaca de Gmünd se fabricó el primer Porsche, basado en la robusta tecnología de Volkswagen. Durante 70 años, estos deportivos no han dejado de evolucionar. Sin embargo, ¿qué cabe esperar del futuro? ¿Pronto conduciremos un Porsche con la fuerza de nuestros pensamientos? Lanzamos una audaz mirada al futuro.
Los neurocientíficos de la Universidad Libre de Berlín que dirigen el proyecto «Brain Driver» demuestran hasta qué punto los pensamientos pueden ser libres, aunque el artefacto que han construido de momento pueda parecer banal: una persona con una especie de gorro en la cabeza controla un automóvil mediante sus pensamientos. 16 sensores fijados a un casco que recuerda un poco a la ciencia ficción de antaño miden las corrientes cerebrales del sujeto de estudio. Este piensa en derecha, izquierda, frenar o acelerar, y el coche gira a la derecha, a la izquierda, frena o acelera. Esta especie de juego telepático ya funciona con una cierta fiabilidad en ensayos realizados en tramos cerrados al tráfico. Pero, ¿realmente es este el futuro de la conducción?
Conducir un Porsche es desde siempre una vivencia que implica el cerebro, las manos y los pies. Nunca podrá ser de otra manera. Vivir experiencias es importante. El camino es el destino. La concepción actual sobre el futuro de la movilidad está basada en la autonomía del sistema. En este futuro, el papel decisivo no lo tendrá el conductor, sino el programa. El pasajero expresará su deseo, indicará el destino y, como por arte de magia, un coche totalmente automatizado o un dron lo llevará a su destino gracias al Nivel 5.
Conducir un Porsche es una vivencia. Nunca podrá ser de otra manera.
Pero los neurocientíficos berlineses tienen en mente algo muy distinto: ¿Y si para conducir un coche de forma segura fuera suficiente con una minúscula bajada o subida de tensión en el cerebro? Para eso basta con las funciones que se registran en un electroencefalograma médico o EEG. Cuatro sencillas órdenes son suficientes para controlar un coche. En cambio, mantener una conversación dentro del vehículo o escuchar música son actividades que el sistema percibe como un rumor de fondo que no influye sobre la conducción. Los sensores del automóvil (cámaras, radar) vigilan el desplazamiento y mantienen la distancia si en algún momento los pensamientos se desvían demasiado.
La belleza de este futuro reside en la autonomía del individuo. El individuo triunfa sobre el sistema. No es la potencia de computación en servidores remotos sino la mente propia y libre la que decide la dirección. Solo con la ayuda de lo que el vehículo lleva a bordo. Este no funciona como un pequeño hilo en un mundo conectado, sino como una cápsula protegida por sensores que añade un nivel realmente sensitivo a la intensa experiencia de conducir. Para ello podría bastar un pequeño chip en la sien que enviara las señales de los pensamientos al sistema electrónico instalado a bordo.
¿Qué nos traerá el futuro? Hoy no lo sabemos. Solo sabemos que también entonces querremos conducir un Porsche. Con el corazón y el cerebro. Y si se nos antoja, también con las manos y los pies.